O disparo.





(anterior: "gato callejero".)


       Después de bañarle y darle de comer, Myuk se fue a dormir llevando a Tigre consigo.

       A la mañana siguiente, se despertó y se levantó he hizo todas sus necesidades. Más tarde fue a desayunar. Mientras se bebía la leche con sus cereales de chocolate y se untaba una tostada recién hecha con mermelada de fresa, vio un bulto extraño encima de su sofá; y no parecía que fuese Tigre.

       Con mucho cuidado se levantó de la silla y fue a por el bate de béisbol que había en su habitación. Una vez tuvo el bate en su mano, cogió la pistola de su mesita de noche y se fue al salón.

       Lo que vio en el sofá no fue a Tigre, por supuesto, sino a un hombre que más o menos medía un metro noventa acurrucado en el hueco del sofá; durmiendo. Aunque ella midiera diez centímetros menos no le importó si la atacaba porque ella era la que llevaba la pistola, por ello se acercó y le dio unos golpecitos en el hombro con el  bate y mientras hacía eso su pistola apuntaba a su cara; su dedo se encontraba apartado del gatillo.

       —¡Eh, tú! ¡DESPIERTA!—le dijo gritando y zarandeándole con el bate.

       —Mmnmn... Cinco minutos más, mamá, cinco minutos más...

       —Ni cinco minutos ni leches, ¡AHORA!—le gritó de nuevo. Él se levantó pro su tono enfadado y puso susmanos en alto con los ojos muy muy abiertos ya que una pistola apuntaba a su cabeza.

       —Va... Vale, ya me levanto. No dispares por favor.

       —Quién eres y porqué demonios estás aquí en mi sofá.

       —Soy Jeremy, tu nuevo compañero. Me mandaste las llaves por correo, ¿te acuerdas?

     —¡Ah! ¡Ah! ¡Jeremy! ¡Haberlo dicho antes, hombre!— se acercó a él y le dio dos palmaditas en el hombro.— Perdon por apuntarte con la pistola, es una mala costumbre que tengo desde hace tiempo. Bueno qué... ¿te enseño la casa?

       —¿Y... ¿Y te quedas tan pancha después de apuntarme con la pistola? ¡Que me ha pasado la vida por delante y eso que aún no he muerto! Y tú... Y tú eres así de pequeña—dijo mientras hacía un gesto comparando su altura— y me has dado un susto de muerte, nuca mejor dicho.

       —Tú... Tú... —dijo gruñendo— ¡¿Mido uno setenta y me estás llamando E-NA-NA?! ¡¿Quién te crees que eres?¡ *CLICK* —lo volvió a apuntar con la pistola, esta vez, para la desgracia de Jeremy, acababa de ser cargada—. ¿Sabes qué? No te conozco de nada pero acabas de firmar tu sentencia de muerte.

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